Valentina García es, ante todo, Valentina. Ni mujer con discapacidad visual –o directamente ciega– ni víctima de acoso. Durante su infancia y adolescencia, sufrió acoso por ser ciega, algo muy generalizado en personas con discapacidad.
En verano de 2019, Fundación ONCE y el CERMI la eligieron para poner imagen y cara al Estudio Acoso y ciberacoso escolar en personas con discapacidad, que realizaron en colaboración.
Arroja cifras alarmantes, como que más del 80% de las personas con discapacidad creen haber sufrido acoso solo por la discapacidad.
Salvador Domenech, periodista ciego, la entrevista en su casa para este periódico.
De los 47 millones de habitantes en nuestro país, el INE estima que 3,84 millones tienen
discapacidad. Tanto CERMI como fundación ONCE, asociaciones civiles de la lucha por la discapacidad, decidieron realizar un estudio contando con que, según un informe de la Agencia de los derechos fundamentales de la Unión Europea de 2015, tener discapacidad era un factor para sufrir acoso o ser victimizado. También, por la circunstancia de nativos digitales de los niños actuales, de sufrir ciberacoso.
Sin embargo, en España no había, hasta este informe, datos e información para valorar el problema. A su vez, esto impedía tener guías satisfactorias con soluciones para atajarlo.
Pregunta: ¿Durante cuánto tiempo sufrió usted acoso?
Respuesta: Desde los tres años hasta el último año de instituto, en el que tendría unos 16.
P: Se suele dar en el segundo ciclo de primaria y el primero de la ESO. ¿Lo confirma?
R: Fui más consciente cuando empecé primaria, porque coincidió cuando empecé a quedarme a comer en el colegio. No es lo mismo media hora de recreo que media hora de recreo y dos horas y media, todos los días. En 1º de la ESO y 2º no cambié de centro, ni, por tanto, de compañeros; pero plantaba más cara.
P: ¿Es la discapacidad un motivo significativo?
R: En mi caso la discapacidad sí lo fue. Era porque no veía bien y por tanto ciega era
de los mayores insultos que podía recibir. Mi problema era no ver, pero como ya estaban hartos de llamarme ciega empezaron a meterse conmigo por como vestía o por el peinado.
P: ¿Era solo usted?
R: Había otras dos personas, que en menor medida, eran también blanco de críticas. Uno era muy hablador, siempre respondía las preguntas que se hacían en clase y participaba. Quizá se metieran con él por eso. A los 9 años se fue otro chico que era lento, podríamos hablar de una discapacidad.
P: ¿Qué tipo de acoso recibió?
R: Sobre todo insultos. Cuando estaba en el patio se acercaban y empezaban a insultar.
No ve, ¿cuántos dedos tengo? Llamarme ciega se les quedaba corto, así que se empezaban a meter con tu camiseta gris o con el pelo rizado, etc. […] Alguna vez me he llevado escupitajos, alguna bofetada, patadas…, pero muy poco. La importancia de la amistad
P: ¿De quién provenía?
R: Sobre todo de la gente del comedor. No tanto de mi clase, donde no recuerdo
momentos en vestuarios después de educación física que me escondiesen la
mochila, por ejemplo; no tenían esa mala fe.
P: ¿Tenía amigos?
R: Sí, y eso hay que tenerlo en cuenta. Eso da una tranquilidad, un punto a tu favor.
Con lo cual puede que a mí me haya ayudado. No me gusta decir que me ha hecho más fuerte porque es mentira, pero no he tenido la experiencia constante de que todo el mundo estuviera enfadado conmigo y yo estuviera sola. Aunque en el comedor sí solía estarlo porque mis amigas no se quedaban.
P: ¿Recibió ciberacoso?
R: Estrictamente no. De aquellas –hace unos diez años– no había tantas vías. En tercero de la ESO, con catorce años, me hice cuenta en Tuenti. Ahí no agregaba a la gente que me insultaba, pero había amigos y compañeros del instituto que no se metían conmigo necesariamente pero alguna foto chorra mía sí subieron. Nada de puta, zorra y así. Pero claro, ahora mismo, quien reciba acoso escolar o algo así… En su día la gente tenía ahí una vía de escape. Cuando se acababa el colegio y se iba a casa se acabó. De hecho de ahí se enteró un profesor, porque me criticaban cualquier cosa. Mi color favorito, un cantante que me gustara…
Llegó un momento que odiaba mucho ir al instituto por decir “oye, que voy al instituto a estudiar, no te pido que seas mi amigo, simplemente que me ignores”.
P: ¿Llegó a no ir?
R: Sí, pero por la enfermedad de un familiar. Porque cuando estás bien tienes otras
cosas. Yo tocaba el piano o hacía atletismo. En clase era la pesadilla, el mal rato; pero salía y fin. Obviamente había días mejores y peores. Cuando las cosas en casa no van bien y los ánimos están mal, las tonterías son las mismas pero el golpe es peor. No es lo mismo darte un golpe en el brazo teniéndolo bien que teniéndolo roto. Como en esos momentos tenía el brazo roto y recibía golpes constantes, fue como “, no merece la pena, no voy a ir a clase, no quiero aguantar estupideces de nadie”. Ya lo había comentado al profesor, se había descubierto quien lo hacía, no les castigaron y se empezaron a meter con otro que llevaba gafas.
P: ¿Cómo reaccionaba para afrontarlo?
R: Aprendí a responder. […] Si insultaban respondía. Yo zurraba bastante y a gente
bastante mayor. He llegado a atizar con el palo de un atril a un chico que era mayor que yo y me sacaba dos cabezas. No me daba miedo enfrentarme a la gente, porque tenía el pensamiento de que si eso acababa mal para mí, se iba a descubrir lo que me hacían.
P: ¿Qué decían sus padres?
R: Mi madre decía que “a palabras necias, oídos sordos” o “las palabras se las lleva el viento”. Pero esto no es verdad. No se las lleva el viento y oídos sordos hasta cierto punto. No se puede decir eso a un niño tan pequeño, con seis siete años, o un adolescente; porque no es verdad. No es “lo que me interesa sí, lo que no, no me importa”. Porque merma mucho. Siempre he tenido un carácter muy fuerte pero hay gente que no confía en sí misma o no tiene amigos. Si hay un niño que tiene discapacidad y van siempre a por él, no quieren que juegue con ellos, siempre que se siente en el comedor se alejen o lo echen, constantemente, le hacen creer que no merece la pena. Y no le están pegando.
P: ¿Sus compañeros reaccionaban o solo eran espectadores?
R: Había muchos espectadores y alguno que ocasionalmente se enfrentaba. Pero tienden a ser espectadores. No te quieren hacer daño, pero no van a plantar cara por ti. Si me hubiesen defendido desde siempre no habría pasado tanto tantos años.
P: ¿Y del profesorado del centro y directivos?
R: Lo supieron muy tarde. Pero conmigo no reaccionaron. Con mi hermana, que llegó
a recibir una amenaza física sí se movieron algo más. Alguna reunión con la directora y hasta ahí.
P: ¿llegó a decirles algo a sus agresores?
R: Sí. Y una vez uno de ellos me dijo que como yo respondía, él seguiría.
P: ¿Se puso algún procedimiento en práctica para que dejara de ocurrir?
R: No creo. Espero que ahora sí, teniendo en cuenta el ciberbullying que puede ser más grave, no descansas y puede dejar pruebas. Formación e información
P: ¿Cómo cree que debería atajarse este problema?
R: Mucha formación y mucha información. Información tenemos. Si cojo mi móvil y
tengo información a golpe de clic. Depende si luego la quiero usar bien o mal. Tiene que haber buena información y luego formación para usarla bien. Si va una persona con discapacidad al colegio de tu hijo, enséñale a ayudarla, que la ayude a integrarse. Porque a veces es problema de los padres.
P: ¿Qué diría a una víctima de acoso por tener discapacidad, a un agresor y a un profesor?
R: Al acosado le daría mi número. No puedes decir nada a nadie que está sufriendo. Que se desahogue, o que busque un especialista. Primero que lo cuente, hay mucha gente que no lo hace. […] A los agresores que se quieran, y a los profesores que observen.
Finaliza recomendando que la gente se quierea y se quiera bien. Si se quiere, no tiene necesidad de cancelar a nadie. Solo de superarse y centrarse en ser mejor.