Adrián Perales, profesor con discapacidad visual: «Tu vida no la va a vivir nadie más que tú»

Adrián Perales es profesor y tiene, como el mismo confirma, solo el 7% de visión y un 81% de discapacidad

Adrián Perales, profesor con discapacidad

Adrián Perales es un profesor con discapacidad visual. Solo tiene el 7% de visión y un 81% de discapacidad, pero eso no son obstáculos para desempeñar cada día la función que más le llena: ser profesor. En Todo Disca, en pro de dar voz a las personas con discapacidad, hemos entrevistado a Adrián. 

Aunque Adrián lo niegue al confirmarlo, el suyo es un ejemplo de superación. «No me considero un ejemplo de nada. Entiendo que muchas personas lo piensen, pero yo no lo veo así. Lo único que hago es vivir mi vida lo mejor que sé, al igual que todo el mundo, solo que yo lo hago más cerquita. Que tarde más tiempo en corregir exámenes no me parece motivo para ponerme como ejemplo de nada», asegura.

Por su parte, Adrián señala que el término «inclusión», le «toca cierta fibra sensible». «Me parece muy representativo de lo lejos que estamos de la inclusión que se llame «lenguaje inclusivo» a una forma de escribir usando arrobas o equis para referirse tanto a hombres como a mujeres, y esa forma de escribir dificulta la escucha con un sistema de texto a voz», indicaba.

Para Adrián Perales, sus cosas más importante en la vida son «mi familia, mis ayudas ópticas y mi curiosidad. Mezclo ámbitos, pero me parece que los tres tienen gran importancia».

¿Qué tipos de problema de visión tiene? ¿Desde cuándo?

No sé el nombre que le darán los señores con bata (mil veces me lo dijeron y mil veces lo olvidé), pero la explicación sencilla que me aprendí es que tengo el nervio óptico poco desarrollado. Esto provoca que tenga «un poco de todo» en la vista: miopía, astigmatismo, hipermetropía, nistagmo, hace poco me enteré de que soy algo daltónico…

Lo «bueno» (debería haber unas comillas más grandes en el teclado) es que lo mío viene de nacimiento. Yo no sé qué es ver bien y, aunque este tema sea una tortura cuando los ánimos están bajos, he aprendido a aceptar mis limitaciones desde que era niño. Conozco perfectamente cómo veo y he tenido toda el tiempo del mundo para probar diferentes ayudas ópticas y optimizar mi día a día para llevar adelante mi vida del mejor modo que sé. Conozco personas con discapacidad sobrevenida que con este tema lo han pasado muy mal, mucho peor que yo en mis horas bajas. Al fin y al cabo, yo no tengo con qué comparar.

También tengo mucha suerte (y aquí no entrecomillo nada) porque no padezco ningún tipo de dolor ni de ojos ni de cabeza. Puedo estar muchas horas trabajando en el ordenador o leyendo y solo tengo las consecuencias típicas del cansancio por dedicar mucho tiempo a una tarea.

Tengo un 7% de visión y un 81% de minusvalía

Para los amantes de los numeritos, tengo un 7% de visión y un 81% de minusvalía. Muchas personas se sorprenden cuando leen o les digo esto porque mi discapacidad no es evidente a primera vista (una vez en redes sociales preguntaban que si tener miopía era una discapacidad porque soy «un tío normal con gafas», qué grande). Se vuelve un poco más evidente cuando me ven con el móvil a tres centímetros de la cara.

¿Cómo ha repercutido estos problemas de visión en su vida?

Cuando era pequeño, recuerdo a mis padres preguntándome continuamente hasta dónde veía para comprobar el alcance de mi visión. Una vez lo supieron, siempre dejaron que tuviera autonomía: yo he corrido, me he caído, me he chocado y he jugado, como todo niño. Destaco esto porque, a lo largo de mi vida, he conocido a otras personas con discapacidad visual que estaban acobardadas ante cualquier actividad cotidiana y ahora, como profesor, veo niños sin ningún tipo de discapacidad muy sobreprotegidos en este sentido, lo cual trae otros problemas derivados.

Durante los años de estudio tampoco tuve especiales dificultades lidiando con mis problemas de visión. Desde que empecé la primaria conté con ayudas ópticas (muchas de las cuales aún me acompañan) y rara vez hice uso de adaptaciones en el estudio, más allá de pedir la letra más grande o algo más de tiempo, pero siempre en momentos muy puntuales.

Niños en la vuelta al colegio discapacidad

A nivel social sí que tuve algún problema, en esa época en que los niños sacan a relucir su crueldad. No me atrevo a etiquetar lo que recibí como acoso, pero sí tuve ciertos problemas. Algunos compañeros, a los que pronto aprendí a no llamar «amigos», se ponían a jugar al escondite conmigo para que estuviera todo el recreo buscándolos. Hubo más trastadas, alguna más seria que esta, pero ya sea por mi carácter o por el apoyo familiar, nunca llegó a afectarme demasiado y pronto conocí a personas a las que sí puedo llamar amigos, sin reservas.

Las dificultades más incómodas vienen en ciertas actividades de la vida cotidiana. Los semáforos son invenciones del infierno, y mirar ciertos carteles puede ser un auténtico drama, pero por suerte cuento con la inseparable cámara del móvil para ayudarme con estas trampas. Por suerte no necesito leer en braille ni hago uso del bastón, porque la vida debe ser para esas personas una mezcla entre una comedia de golpes y un drama en tres actos.

Con respecto al mercado laboral, ¿se ve discriminado por su discapacidad?

Este es otro punto en el que me siento muy afortunado. Desde pequeño supe que quería ser maestro (también quería ser peluquero, pero eso se me pasó pronto; al menos nunca pretendí ser cirujano). Cuando cursaba la Secundaria, gracias a una profesora maravillosa, me di cuenta de que lo mío era Lengua y Literatura, y desde entonces me esforcé por lograr ser profesor. Filología Hispánica, máster en profesorado, oposiciones y ocho años de funcionario, que se dice pronto.

Soy afortunado porque nunca he tenido que enfrentarme a ese mercado laboral tan desfavorable

Soy afortunado porque nunca he tenido que enfrentarme a ese mercado laboral tan desfavorable. En mi entorno laboral he oído algún comentario en contra del cupo que se guarda en las oposiciones para las personas con discapacidad, y durante un tiempo tuve el «síndrome del impostor»: pensaba que me habían regalado la plaza y que no la merecía. Sin embargo, con el tiempo he aprendido a ver que soy tan apto como cualquier compañero y que tengo mucho que ofrecer a los alumnos.

Además, en un colectivo que tiene más difícil el acceso al empleo, me parece tremendamente injusto criticar el mencionado cupo. Las personas con discapacidad visual que conozco trabajan para ONCE o son profesores. Esto me parece un dato lo bastante significativo como para validar este pensamiento.

Cuando está en el aula, ¿sus alumnos conocen sus problemas de visión? ¿Cómo reaccionan ante esto?

Lo expreso yo justo antes de ponerme las «gafas de leer» (nombre técnico: «lentes hiperoculares») para pasar lista. Es inútil ocultarlo si lo van a ver en el mismo instante que me acerque la lista.

Acto seguido les especifico que lo más importante es que nos respetemos. Por mi carácter y por mis limitaciones, no me importa que haya murmullo en clase, siempre que sepan distinguir el momento de escuchar. No soy un profesor inquisitivo que busque siempre el silencio absoluto porque ni me gusta ni tengo herramientas para lograrlo.

Estoy convencido de que tendré motes (lo tienen fácil) y de que mis alumnos harán mil trastadas aprovechando que no los veo, pero por lo general logro conseguir un clima de respeto.

Adrián Perales, profesor con discapacidad

Por otro lado, siempre he tenido el total apoyo de la directiva y del claustro, que me ayuda a vigilar en los exámenes y me apoyan en cualquier actividad que plantee.

Solo hubo un centro en el que no me sentí respaldado en este sentido. En una ocasión, aprovechando que me acercaba el libro a la cara y que perdía de vista la clase, un par de alumnos se fueron del aula. La puerta estaba abierta y lo hicieron muy sigilosamente, claro, que el oído sí me funciona bien. Cuando lo comenté a la directiva no hicieron absolutamente nada por amonestar a esos alumnos. Desde entonces decidí que se acabó usar libro en papel y desde entonces lo escaneo para llevarlo en la tableta y así tener algo más de visión del aula. No mucha más, pero cada uno se consuela como puede.

Por otro lado, yo me he buscado las mañas para funcionar del mejor modo que sé. Me paseo mucho por el aula para ver qué hacen, corrijo mucho de manera oral, tienen libertad para pararme si tienen dudas… muchos detallitos que contribuyen a ese clima de respeto. Mis alumnos saben (o eso creo, o eso espero) que no es fácil buscarme las vueltas de cara a mi labor docente. Y, si lo hacen, tienen todo mi respeto por no pillarlos.

¿Crees que vivimos en una sociedad en la que existe la plena inclusión? ¿Cómo crees que se podría lograr que dicho término fuese una realidad?

Quede por delante que puedo estar muy sesgado en esta cuestión. El término «inclusión» me toca cierta fibra sensible, y es posible que algunos lectores se molesten conmigo por estas palabras.

Me parece muy representativo de lo lejos que estamos de la inclusión que se llame «lenguaje inclusivo» a una forma de escribir usando arrobas o equis para referirse tanto a hombres como a mujeres, y esa forma de escribir dificulta la escucha con un sistema de texto a voz. Es un drama escuchar a Siri leer «Todos nosotros» cambiando las últimas «o» de cada palabra por arroba o equis. Recuerdo una campaña de un partido político que rezaba algo así como «El futuro de todxs»: seguro que en el programa tenían un apartado muy bonito sobre accesibilidad.

Pongo este ejemplo como paradigma porque vivimos en un tiempo en el que muchos colectivos se hacen llamar inclusivos, pero en muchos casos no incluyen a las personas con discapacidad. No estoy muy seguro de que haya un esfuerzo a nivel social lo bastante significativo para mejorar la situación.

Luego uno se encuentra con multitud de detalles en el día a día que demuestran de manera inequívoca que las personas con discapacidad contamos entre poco y nada.

Algunos ejemplos.

En Jerez, los semáforos cambian a una velocidad pasmosa. Y Jerez tiene muchos semáforos.

En Madrid, los autobuses urbanos no paran si no levantas la mano, a riesgo de recibir una mala contestación del amable conductor si esa malintencionada persona con discapacidad visual lo ha hecho parar cuando no es el número que busca.

Siempre me pierdo en las estaciones de tren de mi querida España. He ido varias veces a Londres y nunca me he perdido en su metro. Diría que el metro de Londres es más complicado de entender que cualquier estación española. ¿La diferencia? Carteles minúsculos o inexistentes contra cartelones bien grandotes.

En algunos lugares hay semáforos que señalan el cambio de rojo a verde con una línea de luces en el suelo. En prensa leí que se pusieron para evitar problemas con personas que cruzan mirando el móvil. ¿Discapacidad visual? ¿Eso qué es?

También es muy inclusivo que los bares y restaurantes no ofrezcan carta en braille (ah, no calla, que ahora se escanea un código QR y podemos usar un lector de pantalla, todo solucionado) o que pongan una terraza en mitad de la calle, dificultando el paso a las personas sin resto visual o con movilidad reducida.

Insisto en el hecho de que todos mis conocidos trabajan para ONCE o como funcionarios como representativo de lo inclusivos que son las empresas.

Esto son solo algunos ejemplos que se me ocurren, y no soy una persona muy en contacto con la discapacidad en general. No me quiero imaginar cómo será la vida con una discapacidad que afecte más en el día a día. Y no es solo una forma de hablar.

Últimamente se están dando debates muy interesantes a nivel social sobre multitud de temas, pero apenas veo grandes noticias en el ámbito de la discapacidad, y si las hay, no trascienden. En prensa generalista solo encuentro ese titular llamativo de cuando devuelven la vista o el oído a alguien que lo había perdido.

¿Cuáles han sido sus apoyos más importantes durante estos años?

En orden descendente: mi familia, mis ayudas ópticas y mi curiosidad. Mezclo ámbitos, pero me parece que los tres tienen gran importancia.

Mi familia ha sido mi apoyo, siempre, en todos los sentidos, relacionados o no con la discapacidad. Ha sido mis ojos cuando no veo algo o me pierdo algún detalle, ha sido mi paño de lágrimas cuando la vida me supera, ha sido mi soporte para no dejar la vida pasar. Mi familia me enseñó que no debía dar la satisfacción a los desalmados de verme derrotado, y me enseñó también a esgrimir una sonrisa ante las adversidades. Sin mi familia no sería el hombre que soy.

Mi familia ha sido mi apoyo, siempre, en todos los sentidos, relacionados o no con la discapacidad

Mis ayudas ópticas son varias. Las «gafas de leer» (léase «lentes hiperoculares»), las «gafas potentes» (léase «gafas microscopio») y el telescopio (léase «telescopio», pero de mano, claro) me han acompañado toda mi vida y me acompañarán siempre. También tengo atriles y he tenido flexos, además de un arsenal de aplicaciones de accesibilidad en mis dispositivos. Sin todas estas ayudas no hubiera podido acceder a toda la cultura que me ha configurado como persona y, de nuevo, no sería el hombre que soy.

Por último, mi curiosidad es lo que me ha permitido probar y probar métodos para hacerme más fácil el día a día y preguntar a las personas adecuadas sobre cualquier asunto relacionado con mi discapacidad. La curiosidad es uno de los motores de mi vida, y en la discapacidad no podía ser menos.

Su historia es un claro ejemplo de superación. ¿Qué mensaje lanzaría a las personas con discapacidad?

Antes de responder quisiera corregir la primera parte de la pregunta. Léase esto sin ningún tipo de acritud: yo no me considero un ejemplo de nada. Entiendo que muchas personas lo piensen, pero yo no lo veo así. Lo único que hago es vivir mi vida lo mejor que sé, al igual que todo el mundo, solo que yo lo hago más cerquita. Que tarde más tiempo en corregir exámenes no me parece motivo para ponerme como ejemplo de nada.

Tu vida no la va a vivir nadie más que tú. No dejes que se te escape

El mensaje a las personas con discapacidad es solo uno, claro e inequívoco:

Tu vida no la va a vivir nadie más que tú. No dejes que se te escape.

Hay momentos para lamernos las heridas, pero una vez pasado ese momento, levántate y vive. Usando ayudas ópticas, rezando para que ese coche frene, aguantando la mala cara del conductor de autobús, preguntando las indicaciones que están en ese minúsculo cartel. Vive. La vida es demasiado bonita para verla pasar por la ventana.

Lo que tú haces, lo que tú tienes que decir, seguramente haya otras personas que puedan hacerlo o decirlo, pero ninguna lo hará como tú. No dejes que esta sociedad perversa se pierda el privilegio de disfrutar de lo que tienes que aportarle, por pequeño que sea. No nos lo merecemos, ni tú ni las buenas personas que estamos dispuestas a escucharte.

Parezco una versión extendida de una taza de Mr. Wonderful, pero no me atrevería a escribir tal cursilada si no la pensara de verdad. Tenemos derecho a ser cursis.

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