Esta semana desde la tribuna del Congreso, el diputado Gabriel Rufián reprochó al Gobierno su gestión a la crisis generada por el Coronavirus con la siguiente declaración: “La ceguera y el autismo político e institucional está llevando a absurdos tales como competir por la compra del material sociosanitario”. Reproche que inmediatamente se le volvió en contra cuando entidades vinculadas a la discapacidad, como ONCE o Autismo España, detectaron sus desafortunadas palabras. A lo que, el político respondió con un tuit pidiendo disculpas. “Siento si alguien se ha sentido herido. No volverá a ocurrir”.
Este suceso podría ser una anécdota intrascendente pero resulta más común de lo que a priori podríamos pensar. El capacitismo está integrado en nuestro pensamiento y así, las palabras que escogemos y pronunciamos son su reflejo. Con una mirada crítica puedes localizárlo en cualquier contexto relacional.
Al igual que el feminismo supo identificar los micromachismos, el capacitismo también sufre estas microagresiones, insultos inconsicientes, automáticos y sutiles que evidencian que el maltrato tiene muchas expresiones.
Pareciera que estos asuntos son menores si se compararan con las discriminaciones que sufren las personas con discapacidad en el ámbito de la educación o empleo, en falta de accesibilidad en las calles, los edificios o el transporte público, pero no es el caso. Porque esas “necesidades especiales” referidas a atender todo lo anterior y que amenudo, usamos sin aparente mala intencionalidad, también son una velada discriminación. En materia de derechos, todo importa y no deberían ser considerados como especiales, sino necesidades ordinarias en la agenda política y civil.
Tengamos claro que todos los derechos que consigamos y sepamos reclamar redundarán en algún punto en ese ansiado bien común que la clase política no sabe encontrar. Algo que por otra parte, la ciudadanía, entiende y sabe valorar.
Estimadas Señorías, las palabras no se las lleva el viento por mucho que borren el tuit. Cuiden su vocabulario y sepan que cuando vuelva a ocurrir, volveremos a denunciarlo evidenciando su nula empatía con aquellas personas que conviven con alguna o varias discapacidades.
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Francisco Olavarría Ramos licenciado en Comunicación y Relaciones Públicas.
Emprendedor social con estudios de gerontología. Autor del manual didáctico ‘El micro-edadismo lo vamos a jubilar’, editado por QMAYOR MAGAZINE. Además imparte talleres y conferencias sobre edadismo y derechos de las personas mayores para los profesionales de la salud, la intervención social o el marketing y la publicidad.
Activista en favor de los derechos de personas mayores y personas con discapacidad.
Ofrece apoyo y consultoría a empresas e instituciones públicas en lo que han denominado ‘la Silver Economy’.
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